A lo largo de mi periplo como editor, todavía demasiado breve como para presumir de él, he tenido la ocasión de conocer a numerosos Editores, de los de verdad, que me parecen modelos a seguir. Además de qué hacían y cómo, siempre me preguntaba la razón que les había llevado a convertirse a esta profesión loca y maravillosa.
Un paréntesis antes de ir con las razones para destacar que la gran oportunidad de interaccionar con ellos me la brindó cursar el Máster de Edición de Taller de Libros. Algunos de los mejores editores del país pasan por él cada año para compartir su experiencia y conocimiento. Los que os planteéis ser editores algún día tenéis una vía única para formaros y entrar en contacto con el mundillo a través de este Máster.
Volvamos. ¿Cuáles fueron las razones que esgrimieron en su día? Pues la verdad es que son de lo más variadas. Pero todos los editores tienen algo en común: un enorme amor a los libros, entendidos como vehículos de cultura y conocimiento, como objeto físico casi mágico, como una pequeña obra de arte que muta una idea en algo que uno puede compartir y revisitar hasta el infinito. Ver cómo por momentos se les ilumina la cara al hablar de su trabajo lo explica por sí mismo, irónicamente sobran las palabras.
Recuerdo especialmente el caso de un editor que nos sorprendió por el giro inesperado que le dio a su carrera profesional. Formado en economía, con un trabajo estable en una ¿respetable? institución bancaria, apuntaba a una vida profesional segura, digna… y aburrida. Puedo imaginarme cómo contaba los minutos interminables delante de una pantalla que vomitaba cifras sin cesar, esperando a verse liberado y poder salir corriendo a sumergirse en la lectura, único mundo con sentido para él. No debió ser un paso fácil. No para todos los de su entorno, al menos. Resuena a Bartleby y su «preferiría no hacerlo», el canto a la libertad más radical de la literatura.
Otras conversiones han venido desde una vertiente más artística. Un experto en papel e impresión que, supongo, quiso encargarse de todo el proceso con su fino criterio, quizá desmoralizado por los crímenes cometidos por ediciones baratas llevadas a cabo sin ningún cuidado. Y vaya si lo hizo… hoy dirige una de las mejores editoriales que podéis encontrar, premiada en su día con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural. Cada uno de sus libros es una obra de arte, artesanía pura.
El último ejemplo de hoy es el de una editora tan interesada por la literatura inglesa que traduce ella misma obras injustamente olvidadas en esa lengua. Es lo que podríamos denominar querer forma parte de la Literatura. Una microeditorial, además de la mano de una amiga igual de apasionada, parece un camino natural. Abandonar, y empezamos a ver una tendencia, una profesión estable y segura es un obstáculo menor.
La impresión al conocer estos y otros ejemplos me hace siempre pensar en Rilke cuando afirma que uno es escritor porque no puede imaginarse la vida sin escribir. Imaginarla sin libros a muchos nos resulta intolerable, y una forma de transitar por ella es imaginarlos, darles forma, tocarlos… Esa es la razón definitiva para ser editor.